Nuestros Inicios
San Alfonso nació el 27 de septiembre de 1696 en Marianella, Nápoles. Desde niño demostró un talento excepcional para las humanidades, la música y la pintura, pero su destino parecía estar en el derecho. A los 17 años ya era doctor en derecho canónico y civil, y a los 19 dirigía su propio bufete. Con 26 años, su fama como abogado se extendía por toda la ciudad, asegurándole un futuro prometedor. Sin embargo, en el punto más alto de su carrera, su vida dio un giro inesperado.
En un juicio de gran relevancia, Alfonso defendió con pasión la verdad. Pero cuando la corrupción se impuso y perdió el caso injustamente, su mundo se tambaleó. Comprendió que las leyes humanas no siempre reflejan la justicia divina. En ese momento escuchó una voz interior: “Déjalo todo, ven y sígueme”. El 29 de agosto de 1723, en un gesto simbólico y definitivo, dejó su espada de noble a los pies de la Virgen de la Merced y renunció a sus privilegios para entregarse por completo a Cristo.
Ordenado sacerdote a los 30 años, comenzó su ministerio entre los más humildes. Creó las capillas del atardecer, donde enseñaba que todos los bautizados están llamados a la santidad. En sus primeras misiones recorrió los pueblos napolitanos, acercándose especialmente a los pobres. Pero sería en los montes de Scala donde su vida encontraría su verdadera dirección. El clima lo había obligado a retirarse a descansar, pero allí descubrió la realidad de los pastores y cabreros, hombres olvidados por la sociedad y por la Iglesia. Ellos le pidieron el pan de la Palabra y su corazón quedó marcado para siempre.
Con 36 años, tras un tiempo de discernimiento, Alfonso dejó Nápoles a lomos de un burro —el animal de los miserables— y regresó a Scala con un sueño claro: fundar una congregación que se dedicara a llevar la Redención a los más abandonados. Así, el 9 de noviembre de 1732, junto a ocho compañeros, nació la Congregación del Santísimo Redentor.
Los comienzos fueron duros. Sus primeros compañeros lo abandonaron tras desacuerdos sobre las constituciones, dejándolo solo con Vito Curzio. En la Semana Santa de 1733, apenas quedaban dos. Pero Alfonso no se rindió. Sabía que Dios había inspirado esta obra y hizo voto de no abandonar. Poco a poco, la congregación fue creciendo, con la llegada de Gennaro Sarnelli y Cesare Sportelli, quienes se convirtieron en pilares fundamentales.
La Congregación de los Redentoristas fue diferente desde el inicio. No se limitó a las parroquias, sino que se lanzó a realizar misiones itinerantes, llevando la Palabra de Dios a quienes nunca habían sido evangelizados. Su carisma se definía con claridad: “Seguir el ejemplo de Jesucristo Salvador en la predicación de la Palabra de Dios a los pobres” (Const 1). En solo seis años, la Congregación se extendió más allá de Scala y Villa Liberi, estableciéndose en Ciorani con 14 miembros.
Alfonso no solo fue un gran misionero, sino también un incansable escritor. Consciente de la importancia de la formación, fomentó el estudio y la oración en las comunidades redentoristas. Escribió 111 libros, entre ellos su famosa Teología Moral, que revolucionó la manera de comprender la misericordia de Dios.
El 25 de febrero de 1749, la Congregación obtuvo la aprobación pontificia, consolidando su misionalidad y carisma. Alfonso hizo voto de no perder ni un minuto de tiempo, inculcando en sus hermanos un estilo de vida de oración, estudio y evangelización.
A los 66 años, el Papa le insistió en que aceptara el episcopado. Aunque lo rechazó varias veces, finalmente tuvo que aceptar ser obispo de Santa Águeda de los Godos, cargo que desempeñó con sencillez y entrega, viviendo como un verdadero pastor.
A los 80 años, su salud se deterioró y tras su quinta petición de renuncia del espiscopado, el papa aceptó su renuncia. Falleció el 1 de agosto de 1787, fuera de su congregación debido a problemas jurídicos, pero siempre fiel a su misión.
Su vida y enseñanzas fueron reconocidas por la Iglesia. En 1839 fue canonizado, en 1871 proclamado Doctor de la Iglesia y en 1950 declarado Patrón de Confesores y Moralistas.
Hoy, casi 300 años después, su sueño sigue vivo. Los Redentoristas continúan llevando la Redención a los más pobres y abandonados, con la misma pasión que aquel joven abogado que, un día, lo dejó todo por Cristo.
Un carisma que sigue vivo
Desde aquel pequeño grupo en Scala, la Congregación del Santísimo Redentor se ha extendido por 76 países de los cinco continentes. Hoy, cerca de 5.000 Misioneros Redentoristas, junto con laicos comprometidos, seguimos anunciando la Copiosa Redención a los más pobres y abandonados.
Siguiendo las huellas de Alfonso, muchos redentoristas han sido testigos heroicos del Evangelio: San Gerardo Mayela, el joven hermano lleno de alegría y milagros; San Clemente Hofbauer, que llevó la congregación al norte de Europa; Beato Gaspar Stanggassinger, apóstol de la formación juvenil; y los Mártires de Cuenca y Madrid, que dieron su vida en fidelidad a Cristo.
Hoy, seguimos caminando con María, Nuestra Madre del Perpetuo Socorro, anunciando con pasión la Redención abundante. ¡El sueño de Alfonso sigue vivo!
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